¿Un día esplendido?
El día luce espléndido y el agua refleja los rayos del sol
iluminando cada rincón de la playa: la arena de la orilla, el cielo azulado y
el mar multicolor de sombrillas que pueblan el horizonte.
Los veraneantes se arremolinan en torno al agua, algunos paseando,
otros hablando o preparándose para el primer baño matinal. En medio de ellos se
encuentra un pequeño de cinco o seis años que titubeante e indeciso, se aproxima
y retrocede cual marioneta, al ritmo de las olas. Da un respingo cuando sus
pies tocan el agua y grita:
–¡Mamá, qué fría está!
Delgadas piernas y lánguidos brazos, cabello oscuro y muy
rizado coronan el metro veinte. Bañador rojo intenso y gorra amarilla de Los
Cuatro Fantásticos, una vestimenta muy apropiada para la ocasión. Hubiera
pasado desapercibido, ¡un niño más!, si no fuera porque en décimas de segundo
los miles de ojos de ese colorido rincón se fijaron en él y mudos contemplaron
la escena.
Un fornido chaval en una veloz carrera hacia una meta
imaginaria pasó a su lado arroyándole sin previo aviso:
– ¡Niño, quita del medio, que pareces
atontado!
El pequeño miró desconcertado pero sin
tiempo de nada. Su cuerpo se desequilibró y cayó, cual fardo, al agua. Un
intenso grito de miedo se escapó de sus labios. En su intento de recobrar el
control, el niño braceó una y otra vez. La cabeza se sumergía, salía a la
superficie y volvía a sumergirse en una lucha por coger una bocanada de aire. Los atónitos espectadores no salían
de su asombro ante la escena.
Una mujer con rostro
desencajado y grandes ojos corría alocadamente en dirección a él:
–¡Jorge…. Jorge…...! –gritaba
espantada.
Grandes manos suspendieron el cuerpo inerte sobre el agua
colocándolo en la arena e iniciando un rápido masaje. Éste empezó a retorcerse
con frenéticas toses y un sinfín de babas y mocos competían por dejar paso a
una bocanada de aire. Sus ojos, perdidos y enrojecidos por el agua salada,
exploraban asustados de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, hasta que
encontraron a sus gemelos: temerosos, alarmados e inundados de lágrimas pero a
la vez llenos de mucho amor…
–¡Mamá…! –rompió en un gran sollozo.
Ambos se fundieron en un gran abrazo nacido del miedo y la
angustia. Un gran suspiro, observador callado de la escena, se escapó
ruidosamente diluyendo la tensión. Un solo suceso, un suceso aislado pero el
inicio de una sombra, un esbozo de los que pueblan el subconsciente.
María Pérez Parra (8 Marzo de 2016)
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