miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Un día esplendido?

El día luce espléndido y el agua refleja los rayos del sol iluminando cada rincón de la playa: la arena de la orilla, el cielo azulado y el mar multicolor de sombrillas que pueblan el horizonte.

Los veraneantes se arremolinan en torno al agua, algunos paseando, otros hablando o preparándose para el primer baño matinal. En medio de ellos se encuentra un pequeño de cinco o seis años que titubeante e indeciso, se aproxima y retrocede cual marioneta, al ritmo de las olas. Da un respingo cuando sus pies tocan el agua y grita:

–¡Mamá, qué fría está! 

Delgadas piernas y lánguidos brazos, cabello oscuro y muy rizado coronan el metro veinte. Bañador rojo intenso y gorra amarilla de Los Cuatro Fantásticos, una vestimenta muy apropiada para la ocasión. Hubiera pasado desapercibido, ¡un niño más!, si no fuera porque en décimas de segundo los miles de ojos de ese colorido rincón se fijaron en él y mudos contemplaron la escena.

Un fornido chaval en una veloz carrera hacia una meta imaginaria pasó a su lado arroyándole sin previo aviso:

– ¡Niño, quita del medio, que pareces atontado!

El pequeño miró desconcertado pero sin tiempo de nada. Su cuerpo se desequilibró y cayó, cual fardo, al agua. Un intenso grito de miedo se escapó de sus labios. En su intento de recobrar el control, el niño braceó una y otra vez. La cabeza se sumergía, salía a la superficie y volvía a sumergirse en una lucha por coger una bocanada de aire. Los atónitos espectadores no salían de su asombro ante la escena.

Una mujer con rostro desencajado y grandes ojos corría alocadamente en dirección a él:

 –¡Jorge…. Jorge…...! –gritaba espantada.

Grandes manos suspendieron el cuerpo inerte sobre el agua colocándolo en la arena e iniciando un rápido masaje. Éste empezó a retorcerse con frenéticas toses y un sinfín de babas y mocos competían por dejar paso a una bocanada de aire. Sus ojos, perdidos y enrojecidos por el agua salada, exploraban asustados de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, hasta que encontraron a sus gemelos: temerosos, alarmados e inundados de lágrimas pero a la vez llenos de mucho amor…

–¡Mamá…! –rompió en un gran sollozo.

Ambos se fundieron en un gran abrazo nacido del miedo y la angustia. Un gran suspiro, observador callado de la escena, se escapó ruidosamente diluyendo la tensión. Un solo suceso, un suceso aislado pero el inicio de una sombra, un esbozo de los que pueblan el subconsciente.
 
                                                           María Pérez Parra  (8 Marzo de 2016)

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